LA HIJA DE JAIRO
Edgardo Rafael Malaspina Guerra
(Del Evangelio de Mateo)
"Mientras
les decía estas cosas, un magistrado se le acercó, se prosternó y le dijo: “Mi
hija acaba de morir, pero ven a poner sobre ella tu mano y revivirá”.
Cuando
Jesús llegó a la casa del magistrado, vio a los flautistas, y al gentío que
hacía alboroto, y dijo: “¡Retiraos! La niña no ha muerto, sino que duerme”. Y
se reían de Él. Después, echada fuera la turba, entró Él, tomó la mano de la
niña, y ésta se levantó. Y la noticia del hecho se difundió por toda aquella
región." (9:23-26).
*Este
relato me ha hecho recordar viejos tiempos escolares, allá en Las Mercedes del
Llano. Estudiaba sexto grado en el Grupo Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez. Para
una escenificación teatral yo debía recitar los versos de Andrés Eloy Blanco
sobre este milagro bíblico. Varias
estrofas quedaron grabadas para siempre en mi memoria de este hermoso poema:
LA
HIJA DE JAIRO
I
¡Yo
la amaba, la amaba!... Quedó yerta;
La
muerte al fin le marchitó las rosas…
Yo
estaba cerca de la niña muerta,
Llorándole
las manos luminosas…
¡Yo
la amaba, la amaba!... Sus colores
eran
de rosa en la mañana aquella
y
el rosa huyo como al morir las flores
cuando
llegó la Muerte junto a ella.
¡Blanca,
blanca!... ¡Qué blanca se me puso!
¡Cómo
se disolvió con la blancura!
Su
mano completó la vestidura…
¡Cómo
prolonga el algodón el huso!...
¡Yo
la amaba, la amaba!... Voces buenas
clamaron
lejos: —¡El rabí ha tornado!—
Jairo
partió en su busca y a mi lado
La
blanca niña era una nube apenas…,
Llegó
el rabino. Y todos fueron mudos,
Silenció
su plañir la plañidera...
Llegó
el rabino de los pies desnudos,
Maduro
el trigo de la cabellera...
¡No
es muerta... duerme!... el tañedor reía…
¡No
es muerta... duerme!, y Jairo sollozaba…,
y
era una nube así la niña mía
y
a su lado, temblando, yo la amaba…
—No
es muerta... ¡duerme!... y le ordenó: ¡Levanta!
Y
ella se alzó, delgada del martirio,
Y
una voz le subió por la garganta
Como
una abeja que abandona un lirio.
Y
yo la amé de nuevo, resurrecta;
Su
misma voz, su misma luz tenía,
Pero
la Muerte la dejó perfecta
Con
la blancura de morirse un día…
Murió
de nuevo un día... Yo la amaba,
Mas
sin remedio, se murió ese día…
—¡Vuelve,
Rabino, ¡vuelve!... yo clamaba,
pero
el Rabino rubio no volvía.
Pasó
la niña veinte siglos muerta,
Murió
Cafarnaúm de Palestina,
Y
el alma mía, inútil y desierta,
Lloraba
inmortal sobre la ruina.
¡Yo
la amaba, la amaba!... Su blancura
la
buscaba en la blanca nebulosa,
su
cabellera entre la noche oscura
y
en el poniente su color de rosa…
Y
al fin la hallé... escondida entre los tules
De
una puesta de sol, estaba Ella;
Su
carne inmóvil entre dos azules
Inauguraba
la primera estrella…
Y
la encontré más blanca todavía,
Flotando
en el azul, sin vestidura,
¡Qué
blanca estaba así!... la niña mía
tras
veinte siglos de blancura…
Clamé
al amor entonces… Voces buenas
Dijeron
a lo lejos: ¡Te he escuchado!
Clamé
al eterno Amor… y a mi lado
La
blanca niña era una nube apenas...
Llegó
el amor. Los cielos fueron mudos,
Su
leve paso silenció la esfera,
Llegó
el eterno amor de pies desnudos,
Maduro
el trigo de la cabellera…
No
es muerta… ¡Duerme!... y le ordenó: ¡Levanta!
Y
ella se alzó, delgada del martirio,
Y
una voz le subió por la garganta
Como
una abeja que abandona un lirio.
Y
ha vuelto a mí… su cabellera oscura,
Su misma voz…
pero en la mano fría
Con
veinte siglos de amasar blancura
Persiste
el miedo de morirse un día...
(Andrés
Eloy Blanco)
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